sábado, 16 de abril de 2011

Escalando en El Risco de Santibáñez

Con motivo del 29 cumpleaños de mi amigo Héctor, montamos una excursión de Sábado al Risco de Santibáñez. La idea original era que Héctor hiciese un rápel porque había dicho que quería probarlo, pero nada mejor que completar la actividad de rápel (que de por sí puede ser un poco coñazo) con una jornada de iniciación a la escalada.

Yo era la primera vez que hacía escalada. La verdad es que me había resistido a caer en la tentación, sobre todo por motivos de seguridad personal, y es que uno tampoco es muy hábil, y eso de andar colgado por ahí me daba respeto.

Pero ninguna ocasión mejor para sacudirse los miedos que una jornada de celebración, y para allá fuimos. Todo un éxito, porque la jornada fue una pasada. Primero porque nos juntamos bastante gente (Angelito, Guillem con su perro, Fer, Ruper, Vena, Héctor y yo). Siempre es agradable juntarse en una actividad con tanta gente agradable. El segundo ingrediente es que hizo bueno y el sitio impresionante.



Nada más llegar y sortear a las vacas, que se nos pusieron bravas, comimos y nos pusimos con la primera vía de escalada. No la conseguimos abrir, de modo que la montamos a "yoyo".

El primero en intentarlo fue Guillem, yo el segundo, y luego fueron pasando sucesivamente el resto.

Si algo me ha sorprendido de la escalada son dos cosas. La primera que se necesita mucha destreza, hay que conocer muy bien el cuerpo de uno mismo para saber qué se puede hacer y qué no. La segunda que se necesitan unos nervios de acero. Es complicado verse allí arriba, sin ningún sitio donde agarrarse, tentado a coger la cuerda, ¡las chapas! y sabiendo que no se puede hacer porque el reto está en la piedra. Granítica, dura, plana y vertical. Si no es por una combinación de destreza y fuerza mental hay cosas que no se pueden hacer. Nuestra primera vía era deliberadamente fácil, no me imagino como hará la gente para escalar algunas que había allí.

He de reconocer que yo subí más a voces que de otra manera. Los "venga, ya está!", "mira a tu derecha!", "ya lo tienes", hacen sentirte más seguro y provocan la calma y perspectiva necesaria para dar el siguiente paso. Esto se irá supliendo con experiencia, pero de momento es una ayuda genial.




Cuando acabamos todos la primera vía, que es la que se ve en la fotografía, pasamos a otra que nos pareció interesante y fácil. Nada más lejos de la realidad. Permanecimos colgados durante un buen rato intentando chapar, empujándonos en el culo para llegar, diciendo unos y otros donde había que poner el pie... imposible. Pero fue muy divertido. Fuese como fuese, y fuese quien fuese, al final siempre acabábamos colgados como chorizos de la cuerda y del primer expres, que si logramos poner.





La noche se echaba encima y era la hora de partir. Habíamos echado una tarde agradable, haciendo algo bonito y entre los mejores amigos, prometiéndonos aquello de "que no sea la última". Yo desde luego he encontrado una bonita actividad para completar mis días de montaña. Más aún ahora,  que se acaba la temporada de invernales. Además se coge técnica, de modo que ayudará para algún día hacer ascensiones más complicadas.

Pero este día aproveché además para atraer a uno de mis mejores amigos a este mundo, el de las montañas. Ese que muchos no conocen ni comprenden porqué me fascina, porqué me produce sensaciones increíbles, que van mucho más allá del frío, del cansancio, de la maravilla del paisaje o de enfrentarse a algo que es mucho más fuerte que tú, lo salvaje de lo hostil, lo desconocido, de lo imposible en muchos casos. Bienvenido amigo Héctor. Bienvenido a un mundo que cautiva. Disfrútalo. 

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