Esta historia comienza hace tiempo. Concretamente en una "vista atrás" en el camino hacia Barrerones el año pasado. Yo perdí una cena pero gané una ascensión a La Mira con mi padre.
Le teníamos ganas, habíamos buscado la mejor ruta y el día prometía, aunque había algunas nubes por encima de los 2200m.
Nos encaminamos por el prado que sale del Pluviómetro de salida de La Plataforma, la que lleva al Puerto de Candeleda. Hacia el SE, pasados unos 20 minutos encontramos un refugio: el principio de nuestra ruta.
Una vez allí sólo hay que dedicarse a seguir la senda y los hitos. Está muy bien marcado y es imposible perderse si sabes dónde vas.
Pasamos Los Campanarios con nieve helada en el camino, pero con mucho tramo deshelado de manera que no nos pusimos los crampones. Tampoco hay peligro de despeñarse, así que…
Y poco a poco fuimos avanzando hasta encontrar La Mira. La pala final sí que decidimos afrontarla con los pinchos y allí nos pusimos a ponérnoslos. Al levantar la cabeza…. ¿Y el pico? Tal rápida fue la llegada de la espesísima niebla que mi padre salió disparado en dirección contraria a la de nuestra ruta. No se veían hitos, ni más allá de metro y medio.
Como la niebla era espesa pero intermitente, y estábamos a muy pocos de la cima decidimos echarle un par y subir hasta arriba. Los hitos aparecían y desaparecían al tiempo que soplaba o no el viento. Afrontada la primera rampa decidimos descansar un poco, esperar a que despejase un poco y esperar a que apareciese alguien.
Detrás de nosotros venía una pareja que cuando vieron la niebla se lo pensaron. Por suerte se decidieron, aparecieron y como llevaban GPS les seguimos hasta la cima. Curioso, porque además fueron las únicas personas que vimos ese día.
En la torreta reconvertida comimos unas almendras y nos dimos la vuelta. Sin comer, con frío y con el alma arrugada por la experiencia de sentirse solo e invidente en la montaña. Del susto, llegué a avisar a mis amigos de dónde estaba y de que no se veía nada. Así que la explosión alegre de la cima nos la guardamos en el bolsillo para después, para disfrutarla en la bajada, en el coche, en la cena, y en estas líneas.
Es la segunda ascensión "invernal" que hago con mi padre. La Mira es un pico duro para las primeras veces, también lo fue para mi en Mayo de 2009, y se me resistió el año pasado con Michel. Por fin, y gracias, he de añadir. Ahora me toca pagar a mi la cena.
Hola, hijo:
ResponderEliminarLa Mira es un pico muy hermoso que yo subí por primera vez hace ya más de treinta años. Al volver a subirlo, me doy cuenta de que la memoria no es un registro de datos, ni siquiera paisajísticos. La memoria no almacena coordenadas físicas, sino vitales, y sirve para dirigir la aventura del futuro, para darle forma, visualizarlo y ponerlo en marcha. De la Mira, yo tenía vagos recuerdo de profundas gargantas, de pequeñas torres de roca, de declives nevados... Los recuerdos estaban desordenados y como desconcertados. Algunas cosas me parecieron enormes; otras, sombrías. Al volver contigo, allí los dos en medio de la niebla, como abducidos a un planeta lejano, en una niebla de millones de años luz, entendí que los recuerdos no son registros en un disco duro, sino territorios vivos en que florecen la belleza, la emoción, la incontenible pasión por ser parte de tu vida.
Cuando yo iba a la montaña, hacer planes para subir a la Mira siempre me asustaba. Cuando lo conseguí tampoco pude disfrutarla mucho por la niebla y el frío. Desde aquel día, cuando alguien se retiraba más de lo que parecía prudente para ir a hacer sus necesidades, decíamos que "había ido a la Mira"
ResponderEliminarSoy consciente de lo prosaico del comentario, pero que sepas que me emociona veros juntos y felices. Y lloro, porque yo siempre lloro. ¿verdad?